jueves, 11 de octubre de 2007

EL DÍA DE TU MUERTE

“Y por última vez aquella noche
brillaron las estrellas para ti.”
Manuel Benítez Carrasco

El día
que te entregaste
a la muerte
la tierra se abrió
en un inmenso
ojo de hormiga y,
alegre,
entraste por él.

Ya nada te importó
ni tu madre
ni tu esposa
ni tus amigos
ni los otros
ni las otras
ni tus hijos.

Lanzaste,
llama viva de futuro,
tu mirada lánguida
y te enamoraste
perdidamente
de ese desquiciante
desdentado peregrino.

El día que te fuiste
por el ojo de hormiga,
sin aviso,
todos te anduvimos
buscando
-inútil búsqueda-
en los subterráneos
brazos insultantes
del vacío.

Todos
los que te queremos
deseamos, entonces,
meternos por ese
ojo de hormiga
y llevar hasta ti
tu ciudad y tus calles
tus casas y tus hijos
de olvido.

Todos ansiamos
meternos por ese
infinito
ojo oscuro
y depositar
en entrega inmediata
tu mundo.

¡Pero tú hiciste
caso omiso!
Te marchaste
bullanguero
y alegre,
en pos de esa
conocida
milenaria
que tendió
hacia ti,
veleidosa,
la mano
descarnada.

Poco
te importó
mi miedo,
nuestro miedo,
tu ausencia
y mi angustia.
En sobrado vuelo
-sueño al aire-
partiste por veredas
altas, celestiales,
mamando oscuridad
besando vacuidades
abrazando sombras
sembrando eternidades.

Aún miro, diligente,
tu cayado de plata
sembrando ojos albos
al caer la tarde.

Aún recuerdo
el día que
te entregaste
a la muerte, Negro.
La tierra se abrió
-ojo de hormiga enorme-
y te perdiste
jineteando estrellas
en los linderos
del espacio...


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